05
2013Retrospectiva de Enrique Estrada en Bellas Artes 1994

La Sala Nacional del Museo del Palacio de Bellas Artes alojará , del 13 de enero al 27 de febrero de 1994, la segunda retrospectiva de Estrada, esta vez con un tercio más de trabajos, a la vez que con un criterio selectivo aún más riguroso. Una ocasión que tanto el público como la crítica habían estado aguardando.
No es del todo una casualidad que Germán Dehesa haya mencionado «…una de las novelas de Joseph Conrad: El Corazón de las Tinieblas, en ella se relata, por un lado, la soledad del hombre y por el otro, su desesperanza.» Este parece ser también el espacio en el que están confinados los personajes de Estrada. De ahí que Rita Eder nos hable, de la «preferencia tenebrista» del pintor y Berta Taracena, de «la idea de abismos tenebrosos» con que nos dejan sus principales cuadros. Eder alude al empleo radical que el artista hace del contraste ente luces y sombras y Taracena, a su visón del mundo. Como Conrad, Estrada tiene una legítima preocupación por esos seres que van a dar o están en el tiradero público; tiene una infinita piedad humana por ellos.
Otro universo con el que se antoja asociar la obra de Estrada es el universo goyesco. Andrés de Luna estableció esa relación oportuna e inteligentemente: «Enrique es un artista con una profunda vocación necrológica. Muertos y más muertos aparecen en obras de gran formato que hablan de una auténtica desgarradura ante los aconteceres de la historia nacional». Pero la violencia y la muerte, la muerte violenta, no es lo único que nos remite al pintor de Fuendetodos. A los Villistas en el paredón y a los Zapatistas ahorcados podríamos agregar para este fin y por citar sólo un ejemplo, un par de estudios que tienen un parentesco cercano con el enigmático Perro de las «pinturas negras» de la Quinta del Sordo. Y ya que hemos pensado en estas pinturas, digamos que Estrada también sabe ennoblecer los asuntos que trata, que atiende a la belleza del cómo y no a la de qué, como todo verdadero artista.
Se ha destacado ya la maestría de Estrada como retratista, actividad que representa toda una constante en su obra. Si se admite que el retrato impone al artista más servidumbres que otros géneros -entre otras, la de que la persona retratada sea reconocible- se entiende también que sólo unos cuantos superen esas dificultades y al hacerlo, pongan de manifiesto su talento y creatividad. Estrada introduce un comentario crítico en el retrato del dictador Victoriano Huerta y de su ministro Querido Moheno -reconstrucción de una fotografía de la época- no tanto al exagerar sus abominables rasgos -cosa que, por lo demás, apenas si es necesario- sino al amontonar en el espacio restante del carruaje en que viajan, botellas de toda clase de bebidas alcohólicas. ¿Y qué decir, situados en el otro extremo de la vida, del Retrato de Cathy Entsberger? Un retrato que es al mismo tiempo, un estudio de Jan Vermeer, por partida doble; el escenario corresponde a El Astrónomo y la pose del personaje, una hermosa lectora, nos recuerda la de La Encajera, no tan aplicada en su labor, sino como haciendo una pausa, como si asociara algo con lo que acaba de leer. Es propiamente un estudio de composición: la luz es más cálida y más vivo el colorido.
Enrique Estrada se identifica a sí mismo, en particular, con el británico Francis Bacon. En efecto, tiene con él mucho en común. La fidelidad a la figura, de ahí la constante del retrato. El hecho de que su expresionismo tenga por base, generalmente una fotografía y sobre todo el horror y la violencia, que son la ratificación invariable del compromiso que ha contraído con su tiempo.